Dios se fue de mí como si un papel secante absorbiera el mar como si el sol se volviera una letrina. Dios se fue de mis dedos. Se volvieron piedra. Mi cuerpo se convirtió en flanco de cordero, por el matadero anduvo errante la desolación. En mi desolación alguien me regaló naranjas pero no pude comer ninguna porque Dios estaba en la naranja. No pude tocar lo que no era mío. El sacerdote vino, dijo que Dios estaba incluso en Hitler. No le creí pues si Dios estaba en Hitler entonces estaría en mí. No escuché a los pájaros cantar. Se habían ido. No vi las nubes silenciosas sólo vi el pequeño plato blanco de mi fe rompiéndose en el cráter. Seguí diciendo: Necesito algo a qué aferrarme. La gente me daba Biblias, crucifijos, una margarita amarilla, pero me era imposible tocarlos, yo, que era una casa llena de mierda, yo que era un altar maltrecho, yo que quería gatear hacia Dios, no podía moverme ni comer el pan. Así fue que me devoré a mí misma, bocado a bocado, y las lágrimas me lavaron, ola tras ola cobarde, y tragué úlcera tras úlcera y Jesús se paró sobre mí y me miró y rió al verme desaparecer, y puso Su boca en la mía y me dio Su aire. Mi alma gemela, mi hermano, dije y le di la margarita amarilla a la loca de la cama vecina.
Gracias! Por el poema de hoy y, como santafesino, mencionar y elogiar a los enormes J J Saer y a JUANELE.
Jajaj qué grande Marcelo! El litoral ha aportado enormes autores (y lectores!) al acervo cultural argentino.
Así es. Tal cual. Un abrazo.