Dios se fue de mí como si un papel secante absorbiera el mar como si el sol se volviera una letrina. Dios se fue de mis dedos. Se volvieron piedra. Mi cuerpo se convirtió en flanco de cordero, por el matadero anduvo errante la desolación. En mi desolación alguien me regaló naranjas pero no pude comer ninguna porque Dios estaba en la naranja. No pude tocar lo que no era mío. El sacerdote vino, dijo que Dios estaba incluso en Hitler. No le creí pues si Dios estaba en Hitler entonces estaría en mí. No escuché a los pájaros cantar. Se habían ido. No vi las nubes silenciosas sólo vi el pequeño plato blanco de mi fe rompiéndose en el cráter. Seguí diciendo: Necesito algo a qué aferrarme. La gente me daba Biblias, crucifijos, una margarita amarilla, pero me era imposible tocarlos, yo, que era una casa llena de mierda, yo que era un altar maltrecho, yo que quería gatear hacia Dios, no podía moverme ni comer el pan. Así fue que me devoré a mí misma, bocado a bocado, y las lágrimas me lavaron, ola tras ola cobarde, y tragué úlcera tras úlcera y Jesús se paró sobre mí y me miró y rió al verme desaparecer, y puso Su boca en la mía y me dio Su aire. Mi alma gemela, mi hermano, dije y le di la margarita amarilla a la loca de la cama vecina.
The sickness unto death
God went out of me as if the sea dried up like sandpaper, as if the sun became a latrine. God went out of my fingers. They became stone. My body became a side of mutton and despair roamed the slaughterhouse. Someone brought my oranges in my despair but I could not eat a one for God was in that orange. I could not touch what did not belong to me. The priest came, he said God was even in Hitler. I did not believe him for if God were in Hitler then God would be in me. I did not hear the bird sounds. They had left. I did not see the speechless clouds, I saw only the little white dish of my faith breaking in the crater. I kept saying: I've got to have something to hold on to. People gave me Bibles, crucifixes, a yellow daisy, but I could not touch them, I who was a house full of bowel movement, I who was a defaced altar, I who wanted to crawl toward God could not move nor eat bread. So I ate myself, bite by bite, and the tears washed me, wave after cowardly wave, swallowing canker after canker and Jesus stood over me looking down and He laughed to find me gone, and put His mouth to mine and gave me His air. My kindred, my brother, I said and gave the yellow daisy to the crazy woman in the next bed.
.
.
.
El poema de ayer, “Quén dijo que…”, es de Juan Laurentino Ortiz (Puerto Ruiz, 1896) tomado de La orilla que se abisma, en una edición de Losada de 2011. Como prometí, aquí va la foto:
Leer a “Juanele” era una de las cuentas pendientes que tenía, de la tantas que agradezco a este newsletter por obligarme a saldar. Compré tres libritos bastante baratos de Losada y los llené de señaladores. Tiene pocos poemas “más o menos” y, al menos de los que leí, me atrevo a decir que casi ninguno malo.
Para los ilustres lectores que no lo conozcan pero hayan tenido el placer de leer a Saer, es básicamente Saer en verso. Además del encantamiento por el paisaje del Litoral y un uso bien curioso de la coma (y por transición, en el caso de Juanele, de los espaciados), comparte con J.J. ese jeite de la voz que reafirma su palabra permanentemente en la pregunta (“una jovencita, verdad?“ / ”que palidecía, no?”), un recurso que creía muy propio y original de Saer y que resulta no serlo tanto. No hay nada por inventar en este mundo, por suerte (por suerte, no?).
Gracias! Por el poema de hoy y, como santafesino, mencionar y elogiar a los enormes J J Saer y a JUANELE.