Apagué los motores y anduve a la deriva ¿cuántos años anduve a la deriva, el motor apagado, ni impulso ni gobierno, sin dirección? Me recuerdo leyendo neones a la vera de avenidas desiertas. ¿Cómo pudo nevarme encima todo este cansancio? ¿Cómo pudo acumularse, quedar ahí toda la vida? Sacudo la cabeza como un pino. La nieve no se va.
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El poema del viernes, “Elogio de la lejanía”, es de Paul Celan (Chernivtsi, 1920), publicado en Amapola y memoria (1952). La traducción es de José Luis Reina Palazón, y lo tomé de las Obras completas que editó Trota en 1999.
Mi prima Florencia, fiel lectora de estas columnas, me preguntó si estaba dedicado a Coni, supongo que por esos versos de “En la fuente de tus ojos” que se repiten tres o cuatro veces en el poema. Para los lectores que no nos conocen en la vida real, Coni es mi mujer, y tiene unos ojos realmente bellos, que hacen que algunas señoras la detengan por la calle para hacerle un comentario (las señoras, aprendí, no solo se toman esa libertad con los bebés, también lo hacen con las mujeres de ojos lindos).
Justo hoy hace siete años que nos conocimos con Coni, un sábado de gracia, un golpe de suerte, en la reunión de fin de año del taller de Bruno Petroni. Yo me olvido de todo pero nunca me voy a olvidar de ese día. Hasta este año que nos casamos, celebrábamos nuestro aniversario hoy. Creo que los poemas de Celan son algo oscuros para dedicárselos, pero a su vez, implícitamente, todos los poemas de este newsletter, como todas las cosas virtuosas que hice desde que la conozco, son por y para ella, así que por qué no: para Coni, el Elogio de la lejanía, “mi corazón que se detuvo entre los hombres”, los versos oscuros ya escritos y los luminosos que nos quedan por escribir.